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Índice

Poesías
Relatos cortos
Pintura
Fotografía

 

 

SOLA

Sola, aquí abajo,
donde mirando el riachuelo cristalino,
se me pasan las horas pensando en ti.
Sola, mirando la espuma
que brota con el pequeño,
pero maravilloso salto de agua.
Sola, yo y yo,
pero a la vez tú en mi mente.
Pajarillo libre que vuela;
pajarillo libre que canta.
Soledad mía que llora,
tristeza mía que ríe.
Felicidad tuya que llora,
en soledad canto, río.
En soledad voy llorando con el río.
Lágrimas transparentes
que navegan por mis mejillas
cómo pétalos por la fuente.
Le cuento mis penas al río.
Navegante sin rumbo,
hijo del mar, quisiera irme contigo,
pero no te quiero manchar.
Silencio te hablo yo.
¿Quieres ser tú mi amor?
Yo seré tu pasión
y tú mi único amor.
Fuente

NOSTALGIA

Me gusta inspirarme en la tarde gris,
dibujar mis caricias en cada poro de tu piel,
-es tu boca rico manjar de miel,
que me endulzas en mil caricias de amor,
de locura y pasión-.
Ven, bésame una vez mas,
como suave brisa de Mar tus besos son,
eres cálido y bravo Mar,
desbórdame de amor,
hazme saciar estas ganas de amar
que sólo tú me haces despertar.
Dibujemos la dulce pasión,
sintiendo nuestros cuerpos al unísono del amor.
Eres càlido y bravo Mar,
hazme tuya una vez mas,
ven,bèsame amor,
hagamos de la noche
la dulce suavidad de éste agitado Mar
.

Sueño
Maria Auxiliadora Gómez Gómez.

POESÍA

FrancoEs verdad que tienes en tus ojos
los mares del Diluvio condensados
y yo
tu Arca de Amor flotando en tus pupilas.
Vagando estoy del norte al sur de tu mirada
esperando bajamar y posarme contigo
en la blancura del Almendro de tu alma,
en nuestro Eden,
creado desde el principio de los siglos.
Ya en el cielo ha salido mi ansiado Arco Iris
de Esperanzas y de Amores por ti.
Eternamente
tu formas los colores.

Francho

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CASARABONELA

Casarabonela, Casarabonela,
la más hermosa de la vera.
¡Qué bonito es ver manantiales
claros y fríos que nacen de tus entrañas!

Casarabonela, pareces una novia,
una novia con su traje blanco,
que parece un resplandor
bajo los luminosos rayos del sol.

Casarabonela, la más hermosa de la vera,
¡qué bonito es ver pajarillos cantar!
¡qué bonito es ver pajarillos volar!
Volar y volar, sobre tu alma sin igual.

Casarabonela, cuánto te quiero,
mañana más.

Casarabonela, dulce pueblo mío,
sigue con esa bella gota de rocío
que brilla al amanecer,
como brilla el sol al anochecer.
belleza de tu ser,
belleza de tu nieve al caer
Sobre tu montaña verde y gris,
que tanto quiero, que tan feliz
me hace sentir.

Casarabonela, blanca azucena,
mi blanca y mora morena,
mi cautiva de penas.
¡Cuánto te quiero Bonela
!
Para mí eres la primera.


Maria Auxiliadora Gòmez

 

Rompe la tarde un violento clarín.
En el círculo mortal,
remolinos de percal
dibujan flores siniestras.
La brisa desluce;
las nubes presagian
y, poco a poco , la tarde
se va llenando de espadas.

La sangre sobre la tierra
va dibujando una barca.
La vieja, en el burladero,
sonríe afilando guadañas.
Se para el aire,
Y las figuras se paran.
Calla el pasodoble de fanfarrias.

Pesa la tarde...
Pesa el instante y el aire.
A la señal,
-un grito de aceros afilados-,
dos guadañas
siembran amapolas.

Con la muerte anclada en el estoque,
enarbola en el asta veinte años;
lo agita;
Se desploman.

Sobre el círculo fatal
remolinos de percal y sangre.
Y la Fiesta Nacional
abre puertas
al segundo de la tarde.

Jesús M.

FRUSTRACIÓN

Se despertó con un sueño
colgado en las pestañas
y, al intentar contarlo,
se le olvidaron las palabras

Quedó una idéa vacía
entre comillas, un espacio
donde ocultar el llanto seco,
tras la última esperanza

Jesús M.

 

A la dudosa mañana
que amanecer no quiere,
me asomo y miro la noche
que tras los olivos duerme.
Y miro a la aurora lejana
borrando por oriente estrellas
con su manto de luz incipiente.
El arroyuelo despierta:
discreto, cantarín, valiente,
rompiendo la tierra seca
en anaranjadas sierpes
donde los juncos se bañan
y los estorninos beben.
Hay un silencio que habla
palabras que no se advierten;
una sonrisa que llora
y una alegría que hiere.
Un día nuevo que nace
Y una vieja noche muere.
Luego cierro la ventana
Y, cuando el sueño me vence,
Sueño que miro la noche
Entre los olivos verdes.

Jesús M.   Jaén Septiembre de 1972

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Todo fue muy hermoso,
en aquella sonrisa
se cruzaron los labios
en el aire.
Desde dentro del alma,
como si fuera un beso,
reventaron palabras
que nunca fueron dichas.
Se contempló sus manos
y acarició su piel,
con la suave mirada,
se llena el corazón
de nobles sentimientos
y me grita imposibles.
Y la mano,
que prometió otra cosa,
tiembla, escondiendo
vergüenza entre sus dedos.
Y el sueño se agiganta
convirtiendo mi pulso
en un infierno.
Y me quedo prendido
en su dulce mirada.

Pablo Chaurit

 

ASÍ LLEGASTE ..


Así llegaste derrumbando barreras
llenando mis mares de aguas puras
así llegaste derritiendo mi corazón
que dejo de ser duro
así llegaste dando tumbos a mi boca
que no vive sin la tuya
así llegaste a mi . Eres sol , eres tormenta
eres sueños , anhelos ,pasión,
así llegaste despacio , en silencio
haciéndote dueño de mis sensaciones
de mis vergüenzas , de mis penas ya olvidadas
así llegaste cuando menos te esperaba
que mis instintos dormían , se durmieron un día,
así llegaste para darle color a mis ojos que te miran
a mis manos que te pintan , que te escriben
todos mis poemas de amor,
así un día te ame no se como , pero así fue,
así llegaste desnudo de ilusiones como yo
lo hicimos nuestro: los cuerpos los besos
las caricias , el éxtasis de nuestros deseos
todo paso así un día ... cuando llegaste !

Lili Torres

 

ADORO ..

Adoro ese suspirar de tu alma
cuándo por un instante vuelas
entre mis letras que llegan a ti
Adoro verte reír porque en ti nace
la mejor sonrisa , la vida misma
Adoro ese minuto que llega a ti
como algo eterno
porque sientes mis latidos
mis enojos , mi cansancio
mis sueños dormidos que empiezan
a despertar .
Adoro tanto tenerte , que a veces dueles.
Adoro cuándo en mi , te reflejas tu.
Adoro la calma de tu voz , adoro la calma
de tus manos que son mi remedio
mi enfermedad , adoro conocerte
sentirte , saber que tu existes
saber que yo existo
Adoro ese maravilloso suspiro que arranco de ti

 

Lili Torres

 

María Gómez Doblas

de Casarabonela

Nos envía unsa poesías hechas con el corazón

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COMO UNA CASA EN RUINAS

Como una casa en ruinas que tras sus ventanas asoma la vida. Como esa chimenea tiznada, apagada y resquebrajada, esa que no calienta, esa que ya no hace de una casa vieja su morada. Como esos anchos muros protegiendo del calor y el frío, hoy debilitados por el tiempo y el rancio olvido... Como esos huecos rotos y vacíos por los que antes entraba la luz y la alegría, por donde, en sus años de bonanza, exteriormente trepaba la hiedra engalanada con grandes rosas rojas. Como ese agua del arroyo que con su cantinela acompaña las tareas cotidianas, es la música celestial al alma. Como ese huerto labrado por las manos duras y fuertes, constantes, diarias. Como ese delantal que ya no se ata, que cuelga como un rastrojo esperando el fuego que lo mata. Como esa mujer que cocina y con el brillo en los ojos le mira cuando él regresa a casa. Como dos cuerpos que se aman en cualquier rincón de la casa, donde las risas, los besos y el sexo tanta pasión desata...
Como eso, como aquéllo, como esto, como todo, como nada, porque al final todo acaba.

Texto: Inma Rivas

 

CALLEJON DEL BESO.

Si te adentras en el, ya nada puedes hacer.
Aquí se besan los encontrados, los solitarios, los amantes clandestinos, los necesitados, los que ponen precio a sus besos, los que sueñan despiertos y los enamorados...
Ten cuidado con sus rincones, pernoctan los duendes, te empujan y te susurran al oído. Te piden un beso y antes de que te des cuenta,... ya te han besado ...

Texto Inma RivaS

 

LA ESTATUA DE BRONCE

Perdida la mirado en el intenso fuego de otro sol que moría; serena y muda; evadida del mundo y contemplando…. Parecía una estatua de viejo bronce que a los últimos colores de la tarde va cobrando, del alma creadora, parte de su vida y parece animarse para despedir al cortejo de brumas que se alejan, hundiéndose en el mar, abrazadas al sol que las tiñe y tornasola.

Yo quisiera pensar lo que ella pensaba, si es que en ese trance la mente se detiene en algo concreto y razona. Yo quisiera sentir, si sentimiento cabe, cuando el alma se evade del mundo de la idea, lo que ella sintiera. Quisiera ser su pedestal de bronce y, fundidos con el sol, bajar de la montaña a la pradera. Quisiera….

Así, tejiendo una incesante letanía de deseos, fija la mirada en su inmóvil silueta, que ya la noche iba enlutando,, pasé unas breves horas; surqué, llevado por la imaginación, etéreas salas, -espacios incoloros que se tiñen a nuestro gusto y fantasía- volé sobre mares de plata y montañas blancas, sobre riscos y valles, ríos y nubes de espuma.
Corrió la tarde tan aprisa que un instante separó el ocaso de la noche pura.

Ya era de plata la imagen serena y clavados tenía, sobre los negros senos de la tierra, los ojos de hielo. Era la brisa una leve caricia que susurrando entre los pinos su letanía, llegaba a su frente alzaba y mecía sus cabellos como la caricia de una mano invisible.
Rompió la calma la voz de un bronce y daba una hora, las diez Me pareció un instante, que un ligero temblor agitaba su cuerpo como agita la corriente la llama de una vela. Luego, como si despertara de un profundo sueño, en un lugar desconocido retrocedió bruscamente el cuerpo, en un ademán de miedo y escudriñó las sombras buscando algo entre las ramas de los pinos y los claros de cielo poblado que dejaban ver alguna estrella. Se puso de pie y, tan muda como antes, sin advertir mi presencia, majestuosa y erguida, con paso corto y elegante, que apenas se apreciaba en sus hombros movimiento alguno, comenzó a bajar por el camino de plata. Parecía, tan pálida a la luz de la luna, un fantasma salido de algún cuento o un alma en pena vagando por un mundo en el que no vivía.

La seguí con la mirada hasta confundirla con uno de esos rayos que, en las noches de luna, filtrándose entre las hojas de los árboles que se mecen al viento, se mueven en la tierra jugando con nuestra imaginación y desapareció para siempre.

Jeús Moreno

 

 

 

 

ESCENAS DE AYER

Aventando

Dos mozos avientan en silencio, arrullados por el chirrido de las chicharras y un poniente suave y ardiente. Desde el cortijo llegan algunos ladridos y el cacareo de las gallinas.
Los bieldos se hunden en el montón de parva recién trillada y la lanzan hacia arriba, al caer la brisa separa en dos montones cercanos el trigo y la paja y los mozos siguen su trabajo en silencio.
Por el camino cercano a la era se acerca una reata de cuatro mulos con las angarillas cargadas de gavillas, atadas con una soga que remata un garabato de palo, dirigidas por el propio manijero que canturrea en voz baja y lleva el cabestro de la primera mula al hombro.
Los dos mozos siguen aventando con el rostro, el cuello y los brazos llenos de sudor y polvo.
- Esta noche voy al lugar, rompe el silencio el que parece mayor.
- ¿A ver a la hembra?
- A beberme un vaso de vino.
- ¿No la verás a ella?
El mozo que parece mayor da una paletada más alta que las demás y en su rostro, lleno de sudor y polvo, se abren dos caminos paralelos trazados por dos lágrimas limpias que resbalan hacia los labios.
En la nube de polvo, paja y trigo se dibuja un instante el rostro de una joven, que se diluye conforme se expande la nube en la caída.
- Se la han llevado a servir a la capital.
El mozo que parece mas joven lo mira de reojo y calla, siente lástima por él “Dentro de cuatro días se va a la mili”.
Los mozos siguen aventando en silencio.

Jesús Moreno

 

TOBI EL PERRO OVEJERO


Tobi era un perro que vivía en un cortijo en las inmediaciones de Córdoba.

-Aquel viejo y mugriento cortijo que apenas se mantenía en pie, vio nacer a Tobi y allí continuaba este maravilloso perro ovejero, que cada mañana, desde que apenas era un cachorro, salía con su dueño para reunir el rebaño de ovejas: ovejas lanudas y cansadas de años que pastaban en los inmensos pastizales de la Serranía.

-Su dueño un, viejo cortijero que lo único que había hecho en su vida había sido cuidar el ganado que años atrás le cediera su padre, Tobi era su mano derecha en el cuido del ganado, era un perro sereno y capaz de organizar todo el rebaño.

-Un día ya casi al anochecer y ya recogido el ganado del pastizal, llegaron unos señores muy bien vestidos y prudentes, que tranquilamente se pusieron a hablar con el cortijero, desviando de vez en cuando la mirada hacia aquel el hermoso perro de pelo recio y negro con ojos de ángel que metros mas allá miraba a su dueño.

-Durante largo rato hablaron y hablaron, como si de un trato se tratase, efectivamente era un trato, querían a Tobi.

-Aquellos hombres estrecharon la mano del cortijero que no se pensó ni por un momento en coger un fajo de billetes.

-Los hombres se dirigieron hacia el perro que con cara de tristeza miraba a su dueño, como si comprendiera que algo estaba pasando, al acercarse a él el perro gruñó y agachando la cabeza cedió a que dichos hombres lo atasen con una mediana cadena de apenas unos eslabones, Tobi temblaba y temblaba, sin saber cual seria su destino, la noche calló y los hombres se marcharon con Tobi, su dueño aquel viejo haraposo cortijero no se despidió de él ni una simple caricia, se dio media vuelta con su fajo de billetes y se adentró en el mugriento cortijo.

-Aquellos hombres eran unos feriantes que buscaban perros para sus espectáculos, estaban instalados por la zona y algún conocido del cortijero le comentó el encanto de Tobi, así pues no dudaron ni por un momento en ir a hablar con el cortijero y ofrecerle una suma de dinero que éste no dudó en aceptar.

-Ya en el recinto ferial Tobi fue encerrado en una jaula en la que apenas podía dar la vuelta, donde el ruido era insoportable y las luces segaban los ojos, la noche fue muy larga para el pobre Tobi que acostumbrado a su cama de paja y lana aullaba desesperadamente, de vez en cuando pasaba el guarda y apaleaba la jaula.

-La noche fue larga y fría para aquel perro que aún no podía comprender que pasaba.

-Pasado unos días el perro salía a escena, haciendo pequeños números que había aprendido a fuerza de palos por parte de su entrenador, estaba flaco y su brillante y recio pelo negro era irreconocible, y su mirada estaba perdida.

-En cambio su dueño gastaba el dinero del trato y tenia abandonado el rebaño en los secos pastizales que poco a poco se iban convirtiendo en áridos, éste mal hombre no echaba en falta la ausencia de su fiel perro que durante años fue su mejor trabajador y mejor compañía.

-Pasadas unas semanas los feriantes recogieron sus enseres de feria y se marcharon hacia otros lugares, así de pueblo en pueblo fue pasando el tiempo y Tobi poco a poco palo a palo se iba adaptando a su nueva vida fuera del cortijo. Pasados unos meses el cortijero había gastado todo el dinero de la venta de su perro, su ganado estaba hambriento y flaqueaba, el terreno se había convertido en seco desierto, y él se fue convirtiendo en una persona solitaria y enferma sin más compañía que él mismo y una botella de vino.

-Pasó un año de todo aquello los feriantes de nuevo se instalaron por la zona de Córdoba cerca del cortijo que vio a Tobi nacer, allí pasaron varias semanas y de nuevo recogieron para buscar otros lugares donde hacer sus espectáculos, a medio camino se deshicieron de Tobi, que ya mas viejo no le servía para nada, el perro fue arrojado por unos peñascos, como si de una bolsa llena de basura se tratase.

-Malherido el pobre animal intentaba ponerse en pie una y otra vez, pero apenas se sostenía unos segundos. Allí pasó toda la noche apenas sin poder moverse, ya por la mañana consiguió levantarse aunque tambaleante y herido, pero lo consiguió era un perro muy fuerte, poco a poco fue rastreando el camino del cortijo y pasadas unas horas entre tambaleo y tambaleo consiguió llegar al que fue su hogar durante toda la vida. Allí encontró al lado de un viejo pozo al que fue su amo, su traidor, aquella mala persona que lo vendió por avaricia y que ahora se estaba muriendo con una botella en la mano casi vacía, el cortijero entreabrió los ojos ya cansados de su mala vida y balbuceante le dijo: Tobi, amigo has vuelto, ¿donde te fuiste?, te eché de menos todo este tiempo. De los ojos angelicales de Tobi cayeron lágrimas de odio pero de cariño a la vez, no podía dejar a su dueño allí al límite de la muerte, el perro empezó a tirar de él apenas sin fuerza, pero consiguió arrastrarlo unos metros hasta que éste pudo incorporarse un poco, así consiguió salvar la vida, gracias a ese perro, a su mas fiel compañero.

“Nunca dejéis que la avaricia os pueda, nunca vendáis al mejor amigo, y nunca maltratéis a ningún ser vivo, cada una tiene un papel en la vida.” (TOBI)

Maria Auxiliadora Gómez Gómez.

 

 

 

 

 

EL TRAPECISTA

TRAPECIOEl trapecio oscila suavemente en el centro de la pista, en la penumbra melancólica de las horas sin público; se mueve lento, sin vida ni destellos, como bailando al mismo compás de silencios que ascienden desde las sillas y las gradas vacías hasta la cúspide del cono que cierra el techo de la sala. Va atravesando luces rojas y amarillas, también sin alma, como la barra misma, que no desprende brillos ni sube mas allá de una cuarta... cansada. La mira nostálgico, balancearse entre espacios de colores trémulos, indefinidos, casi borrosos, atravesando la pista desde el centro hasta la primera fila de sillas, donde apenas llega la luz. Una y otra ida a la oscuridad de los anillos concéntricos, cada vez más confusos, cada vez más turbios. Cerró los ojos antes de que la estancia no fuera mas que una paleta manchada, diluida tras el cristal de una lágrima.

El primer salto en público voló sobre dos mil cabezas, sobre cuatro mil ojos expectantes, como un pequeño firmamento ordenado en anillos, para contemplar al hombre superior, al hombre que, venciendo el miedo ajeno, iba superando el propio. Contuvo la respiración y dos mil alientos se detuvieron un instante. Soltó la barra, que desprendía vida en forma de brillos multicolores, y sintió la libertad recorrerle todas las células de su cuerpo; mientras giraba vertiginosamente toda la sala giró en torno a él: las sillas; las gradas; la cúspide y la pista, con su centro rojo; los rayos vivos de luces rojas y amarillas y la voz que acababa de gritar “triple salto mortal” y el redoble de tambor, cuyo eco no había atravesado aún la lona azul y roja de la carpa. Lo vio todo girar en torno a él y detenerse todo bruscamente, cuando asió de nuevo la otra barra, más brillante aún, que le esperaba en el espacio, para llevarle a la plataforma más alta, al otro la de la pista; al más allá de la gloria hecha realidad en el estruendo de los aplausos, en el suspiro unánime que descargó la tensión de dos mil respiraciones contenidas. El firmamento de estrellas se transformó en cielo de feria, lleno de fuegos de artificio.

Desde tan alto podía beber la gloria hasta embriagarse y soñar al ritmo turbulento de los aplausos. Aplausos que solo fueron cediendo lentamente, durante treinta años; poco a poco; aplausos y aplausos; aplausos y silencios; ...Silencios.

Desde la plataforma, con las luces difuminadas a sus pies, oye un aplauso seco, temblón, dubitativo, que se interrumpe cuando se mira las arrugas de las manos. Vuelve a aplaudirse con desgana... Ni siquiera el eco de aquella estancia cerrada, le regaló una palmada más de las que él se hiciera sonar
.

Jesús M.

 

 

ÑORA

Ñora es menuda; inquieta; irrefrenable; un puro nervio. Cuando zascandilea sobre los cerros de cartón me recuerda a las moscas de otoño, saltando alocada y desordenadamente, sin pausa. Desdobla; desarma; rompe; vuelve a doblar –según convenga-, cajas chicas y grandes; blancas y marrones; libros destripados; periódicos atrasados. Poco a poco, calle a calle, va llenando su carro. ¿Quién le haría a Ñora ese carro con tres somieres desvencijados; dos ruedas de bicicleta y dos largos palos que le sirven de asideros?. Siempre la he visto vestida de negro de pies a cabeza, dejando asomar por el pañuelo negro algunos mechones de pelo canoso, la cara muy morena y surcada de tantas arrugas, que sería imposible contarlas.

Habla constantemente, a veces murmura y no hay quien la entienda, otras a voz en grito. Con frecuencia increpa a Mercedes: “Pendón, te fuiste y yo aquí sola con la faena. Encima con desprecios, todas las noches tengo que tirar tu cena, con lo que me cuesta ganarla, ¡Desagradecida!, y eso que te la dejo tapada para que no la toquen los bichos y se mantenga caliente”. Con Mercedes la emprende siempre que el carro está medio lleno y empieza a sentirse cansada. Estoy seguro que ni siquiera se acuerda que no fue a su entierro, hace muchos años, porque tenía que llenar el carro. Alfon es otra cosa: “Con tanta prisa por venir, te quedaste en el camino, ¡puñetero!.No querrás que diga tu nombre completo, ¡so cabrito! ; son nueve meses, y tu con prisa, a los seis y medio, ¡vaya montón de sangre y mierda que largué en la calle!. Y yo que pensaba llamarte Alfonso... ¿Quién leche sería tu padre?.

Un grupo de niños ríe al otro lado de la calle; vociferan: “Vieja Ñora; cabra loca; balan; cabra loca, ¡ beee.... !; bruja Ñora”. La mujer blasfema, maldice, amenaza.

Un día cogió a un chico, al menor de Joaquín el herrero. No la esperaba y, trotando sobre un cerro de cartones sorprendió al chiquillo, que había caído en su alocado intento de fuga, lo asió por los pelos y lo levantó como si no pesara nada. Sus ojillos pequeños, negros y vidriosos chispearon de alegría, ante la insólita captura. Vio el miedo del chaval instalarse en unos ojos vivos y lacrimosos y escapársele a través de un sudor incipiente que se le iba embarrando en una cara polvorienta y sucia. Se hizo la distraída y aflojó la mano el niño se zafó con un tirón innecesario y se alejó calle abajo con un nudo en la garganta. ¡Bruja Ñora!, ¡beee.......! , ¡cabra loca!”. La mujer buscó en un escondrijo del carro, entre los catones recién doblados, la botella de vino tinto, a medio consumir y le dio un por de tragos, mientras perdía la mirada en un lugar no presente.

Aquella noche nació para ser olvidada, y se instaló en un olvido pertinaz, en la negación sistemática de una realidad que pertenecía a todos menos a Ñora. La mujer no había podido dormir, espantando hasta cerca del amanecer a los vecinos que acudían en bandadas a su puerta o hacían corrillos cerca, en las chabolas colindantes; comentando; murmurando; inventando; discutiendo a voz en grito, terminando en una improvisada fiesta donde corría el vino; el chiste fácil y el cante. Esto después de soportar durante dos horas largas a tres policías que le preguntaban siempre lo mismo y ella “no lo sé”; “no había cenado todavía”“;¿cómo?”; y el policía le hacía la pregunta de otra forma. “Le he dicho que ella no bebe, ni fuma, ni se droga, está todo el día conmigo trabajando, pero siempre se cansa enseguida “; “eso ya se lo he dicho ¡coño!: no lo se”; “empezó a vomitar, parecía un caño, no le dio tiempo a salir a la puerta. Mire, mire como está todo de porquerías”; “la manca, mi vecina, corrió a llamar a un médico y vino esa ambulancia y se la llevó”; “yo había ido al bidón a por agua para quitar toda esta mierda”. “¿Cuándo me la traerán?”; “el Chota me dijo que los médicos le dijeron que la traerían enseguida. Esos cabrones ¿no podían haber esperado a que yo volviera, para irme con ellos?”. Sollozaba, y los policías se miraban y sonreían. Fuera se oían a los vecinos murmurar y a veces alguien increpaba a los del uniforme o entre risas “Llevárosla que está como una regadera, nos haríais un favor”; ”es una bruja, seguro que la ha echado un mal de ojos”. Y todos a coro “Ja, ja, ja”, y palmas. “Se pondrá buena enseguida, ¿vedad usted?”. Daba un suspiro y se secaba una lágrima inexistente con la manga de la camisa negra y mugrienta.

Al día siguiente a media tarde la encontró Joaquín, “el Canario”, acuclillada en el borde de la acera, con la cabeza apoyada en la rueda del carro casi vacío y más vino en le cuerpo del que podía soportar, dormida. Se sentó junto a ella y le echó el brazo por el hombro. La miraba con ternura; con asombro; con cierta devoción, admiraba a Ñora, a esa mujer incapaz de doblegarse ante ninguna circunstancia; un poco loca, si, pero no mucho más que tantos que viven instalados en una cordura irreal, llevando una vida inconsecuente con sus principios, programados para no disfrutar de las comodidades adquiridas. Ella no tiene necesidades, o las desconoce. La vieja despertó sobresaltada, miró al hombre y se incorporó de un brinco. “Maricón, te estabas aprovechando de mí porque estaba dormida; eres un cabrón; canario de mierda.........”.Joaquín la miraba muy serio y ella fue cediendo en los insultos poco a poco aunque sin dejar de gritar y gesticular y mezclar los gritos con sollozos hasta acabar en un llanto apagado que solo emitía quejidos ahogados y conatos de lágrimas que no querían salir. Joaquín, sonriendo, le pone la mano en el hombro “Te pones más guapa cundo te pones loca, vieja”. “A la mierda, tu solo quieres compartir mi negocio sin dar golpe, sigue pidiendo en la puerta de la iglesia que es más cómodo que trabajar. ¿Que te ahogas?, ¿qué te duele el pecho en cuanto haces un esfuerzo?. Eso es la falta de costumbre, ¡holgazán!”. El hombre sigue sonriendo y no le hace ni caso. Pensaba contarle que su hija murió al llegar al hospital y que él venía ahora del entierro, pero supo a tiempo que era mejor callarse.

Jesús Moreno

 

Arriba

Rigel

La niña miraba fijamente a Rigel, inmóvil; apoyada en el alfeizar de la ventana, parecía ausente, como en trance místico; las pupilas dilatadas por la oscuridad de la noche, reflejaban un destello acerado, lejano y nítido: una mínima pincelada blanquiazul que, recorriendo distancias impensables, parecía destinada a permanecer en aquella mirada igual de lejana y perdida. Así le sucedían las horas, sin otro movimiento que el imprescindible para no perder de vista a la estrella en su lento vagar por la noche, hasta perderla por el horizonte quebrado por las lomas que cierran el Oeste. Una noche y otra noche, una madrugada y otra, incansable. Había aprendido los meses y horas de localización con precisión astronómica, solo con el reloj interior de la intuición o con la fuerza natural con que una el amor, ajeno a toda limitación espacio temporal.

Ignoraba que aquella estrella tan brillante y ligeramente azulada tuviera un nombre, tampoco sabía que la geometría imperturbable de los puntos luminosos que le servían de guía para encontrarla, formara una constelación, y mucho menos, que se llamara Orión. Pero su madre se la mostró una noche y le indicó el camino para encontrarla.

Aquella noche la niña preguntó a su madre, “ ¿Dónde está el Cielo?”, mientras miraba por la ventana un firmamento limpio arracimado de estrellas. La mujer se incorporó con lentitud de la cama y, apoyándose en la pared, miró a través de la ventana entreabierta, por la que entraba majestuoso el resplandor de la noche de Enero; dirigió el índice huesudo hacia Rigel, “ seguramente el Cielo está en aquella estrella brillante, aquella que hay debajo de esas tres que forman una recta , -trazó una línea: temblorosa, oblicua y corta- . ¿La ves? , debajo de la del centro hay una nubecita muy pequeña, ¿ves?. Mas abajo, un poquito mas a la derecha, la que más brilla.- ¿Esa?.- “Si, esa es ”. La observó largamente; analizó su posición en el entorno; lo grabó todo en su retina fresca, en su cerebro limpio de datos, en su corazón de niña codiciosa de saber, en su enorme alma de una orfandad tan intuida como inminente. Ya no olvidaría jamás el camino para encontrarla.

Dicen que en sus largas noches de vigilia expectante, hay quien la ha visto murmurar, sonreír, entristecerse, mirar con ternura, a veces con ansiedad, sin perder jamás la vista de su estrella. A mí me contó hace años que cuando mira a Rigel, al principio, solo ve un punto, luego en pequeño disco, que se va agrandando hasta que solo ve luz, sin noche alrededor, y de aquella luz salen figuras extrañas, que van adquiriendo cuerpo y colores, formando paisajes extraordinarios de una belleza inconcebible. Una luz de fondo se reparte por igual en todas las direcciones, evitando las sombras. Los árboles están siempre cargados de frutos y las flores crecen hasta en los lugares más recónditos. La gente va envuelta en un aura traslúcida. Cuando le pregunté que si hablaba con su madre, me miró con ternura y esbozó una sonrisa que nunca he sabido interpretar.

-¿Te refieres a esa viejecilla que, envuelta en un mantón, parecía espiar el sueño de los vecinos, y que hemos visto tantas noches al volver de tantas juergas?.

-Esa misma. Muchos dicen que está sonada, pero yo descubrí hace mucho tiempo que tiene una verdadera razón para vivir con intensidad la noche.

Jesús M

 

EN EL EJIDO

Los cascotes del derribo, esparcidos por toda la superficie semillana, delatan los pasos del centinela, que se aleja hacia el otro lado del cuadrado .Agustín los cuenta de nuevo; calcula otra vez la velocidad de la carrera y la trayectoria más conveniente, abrumado por unas matemáticas intuitivas que calcula los números y ecuaciones por imágenes de saltos, trotes, sombras que corren al encuentro mutuo y caminos convergentes que no deben tocarse; respira despacio para no ser oído y espera tensamente el momento oportuno. Inmóvil en su escondrijo, mira la techumbre zigzaguearte y oblicua recortarse oscura bajo el cielo plateado de la tarde. Tiene arañado los brazos y la cara de reptar entre los montones de escombros, de ocultarse en los escasos matorrales espinosos, crecidos a salpicones, mientras se acercaba rápido y sigiloso al pequeño hueco que le cobija – los restos de una escalera adosada a un muro que parece tambalearse-, a unos cien pasos del cuadrilátero que sirve de cárcel, cuyo perímetro recorre Ernesto, el centinela, escudriñando todo su contorno, mientras juguetea con la pistola dispuesta al disparo.

Agustín presiente que no puede fallar; libertar a sus compañeros se ha convertido en una obsesión. Sabe que tiene en sus manos la posibilidad de convertirse en héroe, de reafirmar su incipiente liderazgo, de protagonizar una hazaña de la que, seguramente, se hablaría durante algún tiempo

Había llegado al pueblo un mes atrás y desde entonces, sin él pedirlo, ni tratar de evitarlo, su grupo le había ido concediendo tácitamente privilegios y ascensos en el escalafón no escrito, pero siempre respetado por todos los miembros de una comunidad indisciplinada.

Mientras mira por el agujero del muro cómo el centinela, en su recorrido metódico, se acerca al punto cero – el extremo opuesto a la diagonal del cuadrado carcelario al que él se encuentra-, piensa en Maite. Esa chica recién llegada que siempre sonríe; que agita, cuando corre, su cola dorada; que tiene unos ojos azules que le ruboriza cuando los mira fijamente. Esa chica que la hizo arder la cara cuando, al presentársela su hermana Julia, le dio un beso. Esa chica de incipientes pechos que abultan discretamente su blusa blanca y para la que nunca ha tenido un pensamiento obsceno “ Es demasiado guapa para pensar en guarrerías con ella, pero me gustaría cogerla de la mano y pasear juntos, y tener valor para decirle que me gusta mucho. Lo malo es que a Juan Ramón también le gusta y lo peor es que ese engreído todavía es el jefe “.

Se le acelera el corazón, todos sus músculos se tensan como al velocista en la salida pendiente del disparo. Ha llegado el momento; Ernesto esta a la mayor distancia posible de “el punto cero”. Vuelve a cerciorarse de que no andan cerca ninguno de los guardias que lo buscan. Salta de su escondrijo en una carrera tan veloz como torpe: las piernas anquilosadas por la postura mantenida en su madriguera le traicionan y va tropezando con las maderas piedras y matojos que encuentra a su paso, dando zancadas torpes cuyo destino final debía ser irremediablemente el suelo. Los gritos de júbilo de sus compañeros alertan al centinela, que inicia una carrera frenética a su encuentro, bordeando el perímetro de la cárcel. Cuando el disparo certero de Ernesto le mancha la frente, apenas un paso le separa de la línea de salvación: Un brusco quiebro y trece años ruedan por una tierra llena de chinos y cristales; se arrastra, por la inercia hasta quedar bocabajo sobre el cuadrado de la cárcel, su anhelada meta. Mientras golpea con la mano el suelo, grita desesperado, sin entusiasmo “ Salvo a mis compañeros y a mi el primero”. Sabe que ha perdido su oportunidad, pero no se resigna a admitirlo. Se jugaba demasiado. Ernesto, también irritado, grita mas fuerte: “ Ha hecho trampa, todos lo habéis visto, le di antes de llegar. Es solo un tramposo. Estaba aquí, - señala- . ¿Verdad, Pino?. Enseguida se dio cuenta de que acababa de empeorar su situación con aquel intento, tan inútil como mezquino, pero ya no le quedaba más remedio que seguir la farsa hasta sus últimas consecuencias.

Incorporándose, trataba de explicar, a voces, cómo y donde fue abatido, señalando lugares inventados, contradiciéndose, limpiándose el sudor y la tierra de la frente, indicando pormenores improvisados y mostrando, sin advertirlo, la herida abierta en el antebrazo, por la que manaba un reguero de sangre. Y concluyó “ El tapón me dio cuando ya esta dentro”. Algunos compañeros, tratando de aprovecharse de la situación, le dieron la razón. Otros decían “ Eres un tramposo ”. Lo que más le dolió es que Maite se encontraba en el segundo grupo, “ Has hecho trampa”.

Aprovechando el desconcierto, Juan Ramón, como una centella, entra sin ser visto y libera a todos, incluido a Agustín, “Salvo a mis compañeros...” Salta de júbilo, “a este también”, señala a Agustín. La alegría cundió en el grupo de detenidos y se abrazaban. Se volverían a quedar los mismos mañana. Agustín se quedó solo, intentando explicarle a la tarde lo inexplicable, con el aire tibio y denso del verano pesándole sobre los hombros, mirando, como ajeno, la escena de euforia que la roía el estómago y le adensaba la frustración en forma de peso en los lacrimales. Un sentimiento mezcla de vergüenza y rabia, de cólera y pudor...de soledad; se le ha caído la tarde encima, como si fuera la última tarde. La herida, que aún no había sentido, comienza a mancharle el pantalón y la camisa de gotitas de un rojo oscuro.

Por detrás, casi rozándole la oreja, una voz dulce, casi maternal y ligeramente autoritaria, seguro que inolvidable, le arranca bruscamente de la niebla que empezaba a estrangularle . “Te tiene que doler mucho. Eres muy valiente. Ven, déjame ver el brazo, te voy a limpiar la herida”. Los ojos azules de Maite lo miran fijamente, y un rubor intenso, caliente, casi molesto, pero a un tiempo muy reconfortante, se le extiende desde las oreja al ombligo, cuando la niña coge su mano para mirar la herida, murmurando. “ Ese cretino siempre gana, claro, él nunca se arriesga”.

Jesús M

Imagen

 

 

Lienzo pintado por José Cuenca hace bastanes años

 

 

 

Preciosa foto de la Pasión de Casarabonela

Ampliar imagen        Cedida por: José Cuenca

 

Fotos cedida por Redi P.

 

Redi Perez Olas

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